Un día febrero de fines de 1958, durante mi primer paseo fuera del pueblo de Salpo, cayó una tormenta de lluvia, granizo, rayos y truenos. El camino se tornó tan resbaloso que decidí sentarme sobre una piedra. La tormenta no pasaba. La neblina no permitía ver casi nada. No sabía por dónde regresar. El pánico se apoderó de mí. Los nervios me produjeron miedo y llanto. De repente siento la voz del abuelo José. Me tranquilicé, pero no atiné palabra.
- Cuando sientas peligro y estés perdido en la naturaleza, aprende para conocerla – me dijo, sugiriéndome con las manos que me levantara.
Luego subimos a la cima de Cuidista y me anunciando los fenómenos que observaré durante los tres años que iba pasar con él.