La casa del abuelo estaba empotrada contra el cerro Ragash, en un suelo con unos 45 grados de inclinación. La sala principal daba al valle del río Moche.
Un domingo, ingresé a la sala y cerré la puerta. Me sorprendí al ver un bello paisaje iluminado como una pintura mágica en la pared del fondo.
Mi primera reacción fue retroceder, temiendo un suceso sobrenatural. Pero vino a mi memoria las palabras del abuelo José: “Cuando veas algo que parezca algo sobrenatural, busca la causa y la encontrarás alrededor tuyo”.
Regresé a la sala, volví a cerrar la puerta, y miré por todo lado. Entonces observé que por un agujero de la vieja ventana al lado de la puerta ingresaba un rayo de luz que se abría iluminando la pared. Me di cuenta que era el paisaje del valle, pero invertida verticalmente: el cielo estaba abajo y el suelo arriba.
Tomé la escoba de paja de trigo, la que siempre se encontraba junto a la puerta, y cubrí el agujero. Gran sorpresa: ¡la imagen desapareció y todo volvió a la oscuridad!
Al día siguiente, como todo lunes, a las 9 de la mañana, en la plaza de armas de Salpo, los alumnos de la Escuela 255 nos encontrábamos bien alineados frente a la bandera patria. Luego de cantar el himno nacional, el director ¡leyó una carta de amor!
- Esta carta está dirigida a una alumna de la escuela de mujeres -dijo con voz grave- firmada por el alumno Juan Méndez (N.d.R: no es el real, para evitarme problemas)-. Pasé adelante, alumno Méndez, añadió.
El alumno Méndez, compañero de salón del quinto año de primaria, se puso frente al director.
- En esta carta, todas las palabras empiezan con mayúscula -dijo el director con tono desaprobador. ¿No sabe usted que las mayúsculas tienen un uso bien especial? – añadió como quien empieza una clase de redacción.
Juan sacó pecho, hizo saludo militar, tocando su cristina beige con sus dedos de la mano derecha.
- Señor director, en una carta de amor, todas las palabras son especiales – respondió Juan con voz de seguridad
Se escucho una risa que resonó y regresó en eco del cerro Ragash. A ello se añadió los aplausos de todo el alumnado.
Normalmente, un alumno que era llamado al frente era para recibir 10 palmetazos por parte del alumno con mejor comportamiento. Pero, ante al aplauso de los compañeros, reconociendo la habilidad oral de Juan, el director se quedó unos segundos en silencio.
- Vuela a su columna y el próximo lunes trae la carta con las reglas de ortografía que la gloriosa escuela le ha enseñado -dijo ensayando una sonrisa que trataba de disimular su incómoda posición de perdedor.
Como todo, lunes, preguntó si algún alumno tenía algo que contar de su fin de semana.
- Yo, señor director, dije tímidamente levantando mi mano que ya se estaba congelando de frío.
- Pase adelante, alumno Montoya, y cuéntenos -ordenó con tono no tan animado.
Pasé al frente y conté mi extraordinaria experiencia óptica en la sala de casa. Los alumnos se miraban unos a otros, cuchicheando entre ellos.
- ¡Silencio! – dijo el director en voz alta sin perderme de vista.
Se quedó algunos segundos más antes de hacer una pregunta que me perturbó.
- ¿No habrás tomado chicha?, preguntó con echando agua fría al rostro.
Los alumnos, nuevamente soltaron la sonora risa y el Ragash nuevamente la devolvió a todo el pequeño pueblo. Se rieron, pero no aplaudieron.
- Vuelva a tu columna, alumno Montoya, dijo el director como pronunciando sentencia. – Trate de dormir bien y haga deporte – añadió.
Volvieron las palabras del abuelo José: “Estarás conmigo tres años para aprender a buscar las causas de las cosas”. Entonces me pregunté ¿Por qué a mis compañeros no le gusta tratar de encontrar las causas de la cosas?
En una próxima entrega el ensayo de una respuesta…
Fue años después, en la secundaria, en el Politécnico Nacional del Santa, donde encontré la explicación del fenómeno de la caja oscura. Ya en Lima, repetimos este experimento con mis alumnos del Centro de Preparación para la Ciencia y Tecnología.
Muy interesante
Me gustaMe gusta