Recuerdos de vida (1949 – 1957)

Por sugerencia de mis amigos (que me andan preguntado tantas cosas) he empezado a escribir los recuerdos imborrables de mi vida. No es producto de una búsqueda estricta de documentación. Sólo son recuerdos, pero que dirigen un poco mis acciones. Una de las preguntas recurrentes es ¿por qué regresaste del extranjero? La respuesta la encontré en mi madre: con sus persistentes recuerdos de su tierra, de nuestra tierra, creó en mi mente raíces profundas y un cariño por el lugar donde ambos nacimos. Hoy en día, cuando las comunidades de la selva y la costa defienden sus derechos elementales, quedo convencido que es bueno recordar, para saber porqué suceden las cosas que parecen inexplicables.

Lo que me contaron

En el siglo XV, luego de expulsar de su suelo a los árabes, España persiguió a los judíos. Según José Marín, nieto del General José del Carmen Marín Arista, la rama más rica de la comunidad judía española se fue a Estambul y la pobre a Portugal. Parte de esta rama -entre la que estaban las familias Marín, Díaz y Montoya, se embarcó a Brasil y luego pasó al Perú, instalándose en Celendín.De Celendín, uno de los Montoya pasó al departamento La Libertad, integrándose a las comunidades de la sierra liberteña.Mucho después, la familia Montoya Baca, liderada por el abuelo Liborio Montoya Castillo, vivía de la agricultura y pastoreo en Uningambal, hacienda de la provincia de Santiago de Chuco, cuyo propietario desconozco.

Mi padre, Álvaro Montoya, desde niño, hacía labores agrícolas. No fue a la escuela. Don Felipe Eustaquio, vecino de la familia Baca Montoya, le enseñó a leer y escribir.Juan, hermano menor de mi padre, se fue del hogar a muy temprana edad. Mi abuela Isabel Baca López sufrió mucho. Los abuelos, buscándolo, viajaron a Salpo, en la provincia de Otuzco. No lo encontraron, pero decidieron instalarse en ese pueblo minero que parecía pujante.En uno de los viajes de instalación, entre Uningambal y Salpo, la abuela Isabel, mientras dormía a la intemperie en un lugar llamado Pampán, pierde la vida, por una piedra echada a rodar por los animales que llevaban.

El abuelo Liborio llegó a Salpo y consiguió «al partir» un acogedor terreno en San Miguel, a unos 3 km al Oeste de Salpo, al oeste, bajando en dirección de la costa. San Miguel está en la parte media de las faldas de la montaña que culmina en el cerro Ragash, el más alto de esa región. Salpo está en la parte superior de esa falda, pero de la parte que da al Norte.El abuelo construyó un pozo de agua en San Miguel, lo que le permitió tener dos cosechas al año de productos de pan llevar.Mi padre, en edad de servicio militar, fue levado y destacado al puerto de Talara, en Piura. Allí estuvo desde prinicipios de 1944 y diciembre de 1945. En el Ejército aprendió a leer y escribir. Le tomó gusto a la lectura. Después de su servicio militar regresó a San Miguel.En la casa de San Miguel recibieron un huésped que escapaba del mal clima de Trujillo. Era un ebanista, experto en hacer guitarras. La familia le brindó casa y comida. A cambio de ello, el ebanista les transfirió la tecnología de la guitarra y la ebanistería.

Con el nuevo conocimiento decidieron instalarse en Salpo. Construyeron una casa en el extremo Este que da a San Miguel, en el barrio Mansiche, de donde se observa la costa, la parte de comprende Trujillo.La casa de Mansiche tenía dos pisos y un terrado, que servía de granero. La puerta del primer piso daba al valle, en dirección noroeste, mirando a la costa. La sala era austera. Apenas 4 sillas de madera, hechas por mi padre, que trabajaba en su taller de ebanista, en la parte izquierda de la casa, después de la sala. Una pequeña ventana del taller daba a la calle. La pared del fondo, opuesta a a la ventana era parte del cerro.

El segundo piso tenía un balcón, de donde se observaba el maravilloso paisaje en dirección de la costa. Hacia el norte se observaba las innumerables montañas que componías la provincia de Otuzco. Al lado opuesto del balcón había otra puerta que daba a la calle. Y ello porque la casa estaba construida en la pendiente.La casa tenía una puerta independiente que daba al patio. Del patio había una puerta que daba a la sala estaba a la izquierda. Separada del bloque de la sala, estaba la cocina. Todo era construido en tapia, de barro mezclado con paja. 

Con los conocimientos adquridos en San Miguel, Álvaro instaló la «Fábrica de instrumentos de cuerda La Ideal», teniendo como dirección calle Mansiche No 37. Construyó innumerables guitarras, mandolinas y requintos de 12 cuerdas. Además construía puertas y muebles. Su competidor en Salpo era el hermano de madre de don Carlos Angulo. Un día, visitando a don Noé Vidal, Álvaro vio pasar a una agraciada joven.- ¿Quién es esa señorita? – preguntó Álvaro, notoriamente impresionado.

– Mi sobrina Clarita- respondió don Noel-, si quieres te presento a su padre, don José Zavaleta, esposo de Lastenia Rosario.Así fue cómo nació el romance entre Álvaro y Clarita.Clarita era una niña muy protegida de la familia Zavaleta Rosario. Llegó hasta 3ro de primaria. Tenía muy buena caligrafía y le gustaba hacer bordados artísticos.Álvaro era de pocas palabras.

Leía mucho.-¿Cómo puedes estar con un mudo? – le preguntaban sus amigas, a Clarita.- Déjenlo así, yo lo comprendo bien- respondía ella, muy segura de sí misma.Más tarde, acompañado de don Noel, Álvaro visitó a don José a uno de sus terrenos.- Vengo a pedirle la mano de su hija Clarita- se atrevió a decir Álvaro.- Es algo para pensarlo detenidamente- respondió lacónicamente, don José.Lo pensó mucho, demasiado. Días más tarde, aconsejado por su hermano mayor, Manuel Zavaleta, Clarita, sin autorización de don José decidió partir con Álvaro. Se fueron a Mansiche. Don José tuvo que aceptar la unión y se casaron. En plena sesión de lluvias, en un día nublado de febrero, salí al mundo, en la calle Mansiche No 37.Mi padre, Álvaro, ayudaba a abuelo materno, José, en las tareas agrícolas.

El abuelo tenía no pocos terrenitos agrícolas, con los que mantenía a sus 11 hijos. Clarita era la única mujer de los hermanos. Los terrenos estaban en varios lugares: Shitawara, Cuidista, Agua Dulce, Las Torres, Loma de las Tunas, cerro Ragash, Los Ushcos, Naranjal (mucho más abajo que San Miguel), El Potrero, entre otros.

Mi madre se quedaba en la casa de Mansiche. Allí casi me quedo para siempre. Me cuentan que, en un día de lluvia tupida, mi madre Clarita se encontraba conmigo en la cocina, cuando llegó el tío Carlos, hermano mayor de mi padre , escuchó que las paredes de la cocina crujían. Nos sacó casi a rastras, antes de que la cocina se derrumbara.

La lluvia había humedecido las partes bajas de la pared de tapia y toda la estructura se vino abajo.A sugerencia de Marcelino, otro hermano mayor, Álvaro y Claria decidieron dejar el pueblo, para llevarme a Chimbote. Nos hospedamos en la casa del tío Marcelino, en el barrio «El Acero», que, irónicamente, de tiempo en tiempo se incendiaba.Mi padre encontró trabajo de carptintero en la construcción de la carretera Panamericana.

Huambacho y mis primeros recuerdos

Los primeros recuerdos me llevan a un desierto y una carretera (Huambacho, al norte de Chimbote, principios de los 50, se construía la panamericana y donde mi padre, Álvaro, trabajaba como carpintero) poblada de tractores y palas mecánicas. Vivíamos en una habitación de estera, la que un día, al retroceder, casi destruye un volquete. Me acuerdo ver pasar un tren que nos lanzaba cañas de azúcar, su carga rutinaria.

La invasión y el barrio Bolívar (Chimbote) y la escuela «El Santa»

En otro recuerdo de niñez (1954?) me veo con un palo «participando» en la invasión de los arenales del que sería el barrio Bolívar (más tarde «Progreso») donde levantamos nuestras esteras e hicimos nuestra casa … mirada al mar. Me acuerdo el primer día que ingresé a la Escuela «El Santa», guiado por mi madre. Tambié vienen a mi mente los recuerdos de los paseos escolares en la límpida playa frente al Hotel de Turistas (Plaza 28 de julio). Los carreteros y los «muy muyes» eran objetos de mi curiosidad.

SOGESA (ahora SiderPerú) y su alta tecnología

Lo que más me impresionaba en Chimbote era la planta siderúrgica de SOGESA (hoy SiderPerú), tremendo complejo tecnológico con extraordinarias máquinas. A SOGESA ingresó mi padre, luego de experimentar diversos trabajos temporales. Cuando visitaba la planta, me llamaban la atención los electroimanes que levantaban la chatarra. Yo recogía imanes y los llevaba a la casa. Los imanes eran motivo de juego, sobre todo por su efecto sobre las trazas de hierro en la arena. Mi padre y su pasión por las guitarras, que las construía en su taller, me indujo a mis primeros intentos de imitarlo, usando alcohol y tubos calientes para dar forma a la guitarra.Recuerdo haber construido una alcancía bien charolada que se me ocurrió querer ofrecerla a los vecinos del barrio. No tuve clientes y ahí terminó mi precoz pero breve carrera de comerciante.

Encuentro en la Bahía (Novela parte 1)

Una tarde, cuando hacía mis primeros años de educación primaria (1955 – 1957), mi profesora Josefina Alvarado, de la Escuela “El Santa”, nos llevó frente al Hotel de Turistas, en la plaza “28 de Julio”, para hacer dibujos del paisaje playero. Yo dibujé las islas y dos líneas curvas juntas, como dos tejas pegadas, que daban la idea de una gaviota. Me gustó la playa, y a partir de esa tarde me volví asiduo de ese lugar paradisiaco. 

 Iba cada vez que podía. En las vacaciones, todos los días (En la foto de arriba, con mi prima Teresa, se observa mis zapatos y pantalones mojados por las aguas de la playa frente al Hotel de Turistas). Una mañana, observé una delicada y graciosa niña, una niña que no era de Chimbote. – De seguro que es una de las que duermen en el Hotel de Turistas- pensé en voz alta. ¿Qué buscaba esta linda niña en las aguas de la playa de Chimbote? Me acerqué a ella. Me la quedé mirando. Ella seguía concentrada en las aguas que venían y se iban. No me miraba. 

– ¿Te ayudo? Soy de aquí. Balbucee.No hubo respuesta. Pero me di cuenta que miraba fijamente un “muy muy” que trataba de esconderse bajo la arena. Entrenado por mis amigos del barrio “Bolivar” en “La Baldosa”, para no dudar ante nada, pero con tranquilidad, tomé el “muy muy” y se lo mostré, acercándolo a sus delicadas manitos. Comiéndose su miedo, que se reflejaba en su rostro, tomó el “muy muy”.- ¡María Victoria!- fue el llamado que rompió ese momento mágico.Era una señora que se acercaba. La tomó de una mano y  la llevó en dirección al hotel. Junto a ella iban otra niña y un niño. No dejé de mirar al grupo que desapareció por las puertas del hotel color ladrillo. Llegué a mi casa, en el barrio Bolivar. Me senté al lado de mi puerta, en la calle de arena limpia Manuel Ruiz cuadra 18, de donde se veía la hermosa Bahía de Chimbote.Al otro día, muy temprano salí corriendo a la bahía. Quería verla de nuevo.

Al llegar a la Plaza “28 Julio”, miré a la playa, la busqué, pero no estaba.Esperé que apareciera. Salió con la señora y los dos niños del día anterior. Haciendo como si fuera casualidad, me puse a correr sobre las aguas que mojaban la playa. No pude hablarle porque siempre estaba con el par de niños (niño y niña). Supuse que eran sus hermanitos.

Casi a media mañana, escuche que se iban a Piura, que el papá los estaba esperando. Regresaron al hotel. Me sentí frustrado.Lo que no resisto hasta ahora es la frustración. Ese estado de ánimo es lo peor que he sentido en mi vida. Y para evitarlo siempre trato de eliminar toda posibilidad de sentirme frustrado. Eso me lo había enseñado mi padre.- Nunca dejes de hacer algo que quieres y puedes hacer- me lo decía a menudo.Y yo quería tenerla cerca y poder preguntarle dónde vivía – Nada más, por ahora- me decía yo mismo. ¿Será en Piura donde vive? Mi curiosidad se agrandaba con el paso de las horas. Me puse a jugar con mis amigos, los que parecía que vivía en la Plaza. Siempre estaban allí cuando yo llegaba.A media mañana salió, acompañada de sus hermanitos, la señora y un señor. – Seguramente sus padres- pensé. Entraron a un automóvil grande.- Hasta la próxima semana-, escuché que exclamó el padre, dirigiendo la mirada al empleado del Hotel.

Mi frustración desapareció. Se convirtió en una esperanza. El auto partió hacia el Norte, por la carretera Panamericana.

Me quedé jugando con mis amigos hasta que sentí hambre. Regresé a casa. Mi madre me esperaba con un buen chilcano de cangrejos, choros y fideos con papas.

Mientras tomábamos nuestro almuerzo, mi madre me empezó a conversar de algo que iba a cambiar mi vida.- Hijito lindo, tu abuelito José nos espera en Salpo. Vamos a verlo por las vacaciones-, me dijo con su dulzura de siempre.- Me encantó la idea. Conocer el lugar donde nací. Siempre sentí enorme curiosidad.El viaje que empezó una madrugada, me pareció de noche. Tomamos “La Chimbotera” , el ómnibus celeste que hacía el transporte entre Chimbote y Trujillo. Quedé impresionado al ver por primera vez el río El Santa, el más caudaloso de los ríos de la Costa del Perú – como decía mi maestra Josefina Alvarado-, el que viene desde los nevados de la Cordillera Blanca, objeto de algunas canciones..

Lo aburrido eran los desiertos, me parecían infinitos. La alegría, aunque breve, llegó con los dos angostos valles de Chau y Virú. En Virú nos paró el control policial. Tuve temor, pero mi madre me tomó en sus brazos y me sentí seguro. Asiento por asiento, los guardias hablaban con los pasajeros. Bajaron sin novedad. Luego subieron las vendedoras de frutas. Nadie les compró nada. Me dieron pena. Siempre me daban pena los que no lograban lo que buscaban.“La Chimbotera” prosiguió el viaje.

De nuevo el aburrido desierto. Luego de lo que me pareció una eternidad, empezó una bajada de donde se divisaba Trujillo. La curiosidad se convirtió en impaciencia. Y el ónmibus tardó en llegar a Trujillo. Trujillo parecía mucho más grande que Chimbote. Sólo que no parecía tener playa, por lo menos no por donde pasamos. El ómnibus terminó su viaje en el Mercado Central, donde apurados tomamos desayunos. Luego, caminando, partimos a la “Portada de la Sierra”. Esperamos la “góndola” del Milciades Meléndez, el vehículo más lento que jamás conocí. Lo peor: los asientos eran tablas comunes a toda una fila de pasajeros. Parecía que empezábamos un viaje a un mundo desconocido.-

¿Por donde está Piura?, mamita- pregunté casi espontáneamente.- Para el Norte, lejos, por donde pasa la Panamericana- tomó su pose de maestra señalando con su mano izquierda-, ¿Por qué me preguntas?, nosotros vamos a la Sierra.- Cuando sea grande iré a Piura- le dije, sabiendo que ella no me llevaría nunca.

Pasamos por tierras cubiertas de cañas de azúcar. Yo conocía tierras similares desde cuando estaba en “Huambacho”, por donde pasaba el tren repleto de cañas medio quemadas. Luego empezó la subida, y los cerros se hacían cada vez más grandes y empinados. El río Moche bajaba ruidoso. La góndola levantaba una inmensa polvareda que entraba por todos lados.

Pasamos por Samne, un lugar a donde bajaban vagonetas  por un teleférico. Pasamos hacia la izquierda bajo los cables de ese teleférico.

– Traen mineral de Shorey- me dijo mi madre, ante mi pregunta.- ¿Para qué sirve el mineral?- le pregunté intrigado por tanta complejidad mecánica.- Se convierte en oro y vale mucho dinero- me respondió mirándome a los ojos, como esperando una nueva pregunta.- ¿Y de quién es ese mineral?- De la Northern- hizo una larga pausa para completar su respuesta-, de los norteamericanos.

Me quedé intrigado, pero ya no seguí preguntando, porque sentí que mi mamita ya no sabía más. Yo la conocía bien. Ponía sus ojos grandes muy tiernos y me acariciaba mis cabellos. Más bien ella reinició la conversación.-

Mira- dijo, señalando hacia arriba, casi hacia el cielo, a la derecha-, ahí está Salpo, en esa punta del cerro.- Es inmenso, mamita –dije muy sorprendido y boquiabierto-, ¿Cuánto nos falta para llegar?- Llegaremos al anochecer- me respondió seguro que esperando mi enfado.- ¡Pero si recién es medio día, mamita!- protesté, pero  no tanto porque los paisajes eran realmente extraordinarios. 

Luego de Samne, pasamos por la llamada «Loma del Viento» al borde de precipicios impresionantes. Después al borde de una cascada que daba sus aguas al ya ruidoso río Moche.

A media tarde llegamos a Agallpampa, un pueblito de unas veinte casas, pero que parecía muy importante porque el ómnibus paró un rato. La gente saludaba a don Milciades. 

Bajamos con mi madre y me puse a caminar en la plaza, pero me sentí pesado, cansado, como si hubiera jugado un partido de futbol. Sentí malestar de cabeza.

Después de un rato prosiguió el viaje, pero me llamó poderosamente la atención que empezaramos a bajar en una pendiente pronunciada. Me di cuenta que Salpo estaba en otra cadena de montañas.

Teníamos que bajar a un valle profundo para volver a subir. De tramo en tramo, por la carretera afirmada atravesaba una corriente de agua. El ómnibus pasaba lentamente, balanceándose peligrosamente.- Tengo mucho frío- me quejé, y sentí empeorar el malestar en la cabeza.- Ya falta poco- me cubrió con un reboso- te va a pasar.

A mi madre la vi cada vez más alegre. Ella adoraba esas tierras. Siempre hablaba de ellas. Yo no las recordaba. Para mí, era como una tortura, el frío me hacía tiritar.Pensé en María Victoria y en la plaza 28 de Julio. Me la imaginé en las playas de Piura. ¿Las habrá?, me pregunté. Tenía que regresar pronto a Chimbote, para esperarla cuando regrese al Hotel de Turistas. Eso debe ser antes que empiecen las clases de agosto.

Llegamos al fondo del valle, entre dos cadenas de montañas. Chanchacap, se llama el pueblito que se encontraba justo después del puente. La góndola paró para dejar un par de pasajeros y empezó a subir otra cuesta interminable. El motor hacía un ruido infernal y se sentía el olor a gasolina. Me sentí mareado. 

Pasamos por al borde de precipicios escalofriantes, paisajes rústicos, con casas dispersas. Muy de vez en cuando se veía vacas, burros o “huachos” como se llaman por esos lugares a las ovejas.

Pasamos por debajo de los cables del interminable teleférico que empezó en Samne a medio día. La cuesta se hizo más empinada. El frío más intenso. El paisaje desolador. El pasto medio seco, la tierra sin plantas y la paja seca. Pasamos por un pueblo fantasma. Milluachaqui. Casas semi abandonadas.- Antes había mucha gente- se animó a contar mi madre-, estaba la Northern, pero, cuando se acabó el mineral, se fueron y desarmaron todo. La poca gente que quedó se dedica a sembrar papas, ocas y trigo. 

Ya no tenía fuerzas para preguntarle más. Luego entramos a Salpo, por la “Casa de la Lata”, un lugar lleno de enormes excavaciones.- Son de la época de los mineros- me dijo mi madre, al notar que yo miraba ese paisaje desolador-, cuando Salpo tenía mucho oro.- ¡Oro!, ¡Oro!… ¿no hay otra cosa por estos lugares?- pregunté con una voz que se me iba y con una cabeza que quería explotar. 

Al fin, la góndola paró y mi madre se alegró. Bajamos los bultos, y tocamos una puerta. Sale un señor emponchado y un sombrero de pana. Luego una señora dulce y cariñosa, como mi madre.- ¡Papacito, mamita! – exclamó mi madre-, los he extrañado tanto.-

¡Clarita!Se abrazaron y me olvidaron. Cuando terminaron, el abuelo José me tomó en sus brazos.- Debe ser Modesto. Se fue chiquitito- dijeron al unísono-, hay que darle agua de coca, no sea que le de soroche.

Ya me había dado. Vomité, y el dolor de cabeza estaba a punto de desmayarme. No me acuerdo más, sino hasta cuando, al segundo día regresaba a Chimbote, en el mismo lentísimo vehículo del señor Milciades.

Creo que he borrado de mi memoria todo el regreso. Sólo me acuerdo cuando, en “La Chimbotera”, regresamos al barrio Bolivar. “La Chimbotera” paró en el grifo del barrio, establecido al borde de la carretera panamericana, y caminamos la cuadra que separa la Panamericana de la caso de Manuel Ruiz.Mi padre se sorprendió lo rápido que resultó de la visita a Salpo.- Modesto no resistió. Casi se muere- dijo mi madre-, tuvimos que regresar pronto. No quise que le pase lo mismo que a María Victoria…

Mi corazón palpitó muy fuerte. – Ese nombre me persigue- pensé.- Bueno, la próxima vez lo prepararemos bien- replicó mi padre.- ¿Quién es María Victoria?- pregunté..- Tu hermanita menor- dijo con infinita pena mi padre-, murió en mis brazos, con fiebre y transpirando, luego de balbucear ¡papá!.Me quedé pensando en silencio. Mi imaginación voló. ¿No será mi hermanita la que ha regresado y se fue a Piura?- Papá ¿conoces Piura?- se me ocurrió preguntar a mi padre, de quien siempre me sentí orgulloso; era muy querido por la gente: las mujeres se atrevían a decirle Alvarito, lo que ponía de mal humor a mi madre.

Ante mi pregunta, noté que sus ojos tomaron un brillo especial, como si repentinamente rejuveneciera.- Claro hijo, claro – me respondió como un maestro que se dispone a dictar clase-, hice mi servicio militar en el puerto de Talara, antes que yo conociera a Clarita, partí desde San Miguel y volví a San Miguel; regresé como sargento de reserva.Largo rato me quedé escuchando las historias sobre su servicio militar. Me dejaba intrigado las coincidencias. María Victoria estaba en Piura, región donde mi padre había pasado dos años de su juventud.

– ¿Por qué a mi hermanita la llamaron María Victoria? – se me ocurrió preguntarle a mi padre.

– ¡Esos nombres los trajo de Piura!- exclamó mi madre.

– Cierto, ese nombre me lleva a Piura- dijo Alvarito, con una sonrisa que me dejó intrigado.

Esa noche, luego de escuchar a mi padre, yo no tenía otras ganas que comer un tallarín con carne, hongos y hojas de laurel, como los sabía preparar mi madre.

Al día siguiente inicié mis visitas diarias al Hotel de Turistas. Cada día regresaba a mi casa sólo para almozar, cenar y dormir. Un hermoso día, cuando ya casi perdí esperanzas de volver a verla, al llegar a la plaza, ¡Vi el automóvil!, ¡Llegó!

No tardó en salir con sus hermanitos y su madre, y dirigirse a la playa. Parecía que adoraba estar en la playa. El padre se introdujo en el auto.Los cuatro tendieron sus toallas y se acostaron cubriendo sus rostros.

Cerca de medio día el padre los vino a llevar, pero María Victoria quería quedarse.- ¡Te cuidaremos desde las bancas de la plaza!- le dijeron, para que se sintiera protegida.Y ella, ¡de nuevo mirando la arena bajo el agua!. No pude resistirme, me le acerqué. A unos cuantos pasos pronuncié su nombre. Ella me miró sorprendida.- ¿Cómo sabes mi nombre?- preguntó de golpe, casi sin pensar en las consecuencias de sus palabras.- Lo escuché cuando te llamaban- respondí con voz tenue. También es el nombre de mi hermanita… que murió de chiquitita.- ¡También es el nombre de mi madre!- dijo, sorprendida, mirándome con sus ojos bien abiertos.

Luego hizo un gesto de duda. Parecía sorprendida de la coincidencia y de mi audacia, al punto que se quedó muda. No dijo nada, pero me miraba perpleja. Estuve a punto también de enmudecer, pero volvió el consejo de mi padre. Me lancé con la pregunta más fácil posible.

– ¿Donde vives? – lancé casi tartamudeando- temiendo ser rechazado con un rotundo silencio y una carrera hacia sus padres.

El silencio se hizo largo, larguísimo. 

Nuevamente mi corazón empezó a palpitar fuera de lo normal. Me llevé las manos a mi frente: estaba helada. La brisa marina revolvía sus rizos, intentando cubrir su rostro. Las lanchas de pescadores dejaron de bambolearse en el mar y la ola que venía del mar se volvió lenta, se negaba a golpear la playa antes de una respuesta que parecía que no llegaría nunca.

Yo estaba a punto de mirar al cerro detrás de la planta siderúrgica. Pero de nuevo me acordé de mi padre.

– ¿En Lima?- atiné a frasear, antes que el mundo se acabara.

– Sí- respondió, con su vocecita de niña vulnerable.

– ¿Y Piura?- Voy todos los julios de vacaciones con mi familia.-

¿Por qué Piura?- pregunté cada vez más intrigado.

– De allí es mi madre- respondió como toda explicación.

– Yo nací allí- añadió, dejándome intrigado, aún más de lo que ya estaba.

Luego, me regaló una gran sonrisa. Todo volvió a mí. La ola golpeó con fuerza, las lanchas volvieron a moverse al ritmo de las olas. Pero con las olas también vino el llamado de sus padres, y se fue. Entraron a su hotel y poco tiempo salieron. Subieron al auto y se fueron hacia el Sur, por la carretera Panamericana, esa que la vi construir en Huambacho..

Así es como María Victoria surgió en vida, ese invierno de 1957.

El verano de 1958, mi madre tenía algo planeado para ella y yo. Mis padres me dijeron que con mamá nos íbamos a Salpo. ¡Y que yo iba a estudiar allí!El regreso a la Escuela ya no fue más como antes. Olga, la compañera de estudios que me daba alegrías y me ayudaba tanto con los trabajos manuales, me parecía que había cambiado. No era la misma. Ya no me generaba ese deseo de estar a su lado, cuando hacía sus bordados, con figuras de animales, ni tenía el deseo irresistible de acompañarla a su casa, a la salida de la escuela.

De vez en cuando, intermitentemente, me surgía siempre el impulso de ir a la playa del Hotel de Turistas.

Cuando eso ocurría afinaba el oído para escuchar los golpes de olas cuando golpeaban el suelo. Era un sonido armonioso, parecía música, y me transportaba imaginariamente a las orillas del mar. Desde entonces, yo estaba convencido de que, sintonizando adecuadamente la mente con el deseo, uno podría viajar a cualquier sitio, o hacer que una persona lejana que uno quisiera se materializara frente a su vista.

–¿Conoces Lima? –le pregunté a mi padre, al salir de mi cuarto, luego de una larga tarde pasada entre miles de ideas en torno a dominar el transporte físico con la mente.

–¡Claro, hijo! –me respondió tornándose hacia mí–. Fuimos con Clarita cuando tú estabas en su vientre; trabajé en una mueblería de la avenida Brasil, una gran avenida; regresamos a Salpo para que tú nacieras. A Clarita no le gusta otro sitio que no sea su Salpo.

–¡Salpo! –exclamé, sufriendo de golpe de nuevo ese temor que sentí  cuando tomé conciencia que mi madre me iba a llevar a mi pueblo, cuando terminara el año.

–Salpo, sí, Salpo –me dijo acariciándome la cabeza–.

No lo puedo evitar, ella quiere regresar a ver a su Lastenia y a su José, pero también sus cerros y su ganado.

–Y tú ¿no tienes algo en Salpo? –le pregunté.

–Mi taller, tengo mi taller en Mansiche.

–¿Por qué dejaste Salpo?–Porque, aparte de mi taller, no tenía nada propio.

–¿No te gustaría ir a Lima?

–De visita, quizá, pero también me gustaría conocer París –respondió, poniéndose de pie, apurado.

–A propósito –añadió, subiéndome a sus hombros– acompáñame a la casa de Michel, el ingeniero al que tengo que arreglarle sus muebles.

A mi padre le gustaba caminar conmigo sobre sus hombros. Así cruzamos todo Chimbote para llegar a la “Caleta”, barrio donde vivían los ingenieros de SOGESA, la empresa que administraba la planta siderúrgica. Él, como ebanista del SOGESA, era requerido cuando los funcionarios necesitaban algo relacionado con sus muebles.Las calles de Chimbote eran polvorientas.  Cuando yo caminaba por ellas, terminaba totalmente empolvado.

Bajamos por la avenida Manuel Ruíz hasta la calle Bolognesi, la que es paralela a la playa, una cuadra antes de llega al malecón. Llegamos a Bolognesi, que era asfaltada, y enrumbamos hacia el Norte, a la Caleta. La Caleta era un barrio de chalets que contrastaba con las cercanas casas de estera que irónicamente se llamaba “Barrio de Acero”.

Luego de una larga caminata con mi padre –en realidad la caminata era para mi padre, yo iba mirando el paisaje desde mi privilegiada posición–  llegamos a un chalet, una casa de un piso con una bella puerta tallada de madera. Un hombre en mangas de camisa ya esperaba a mi padre.

–Alvarito, eres puntual, pasa –dijo el hombre, abriendo la puerta de par en par.

– ¿Antes del trabajo, quieres un café o una copa de vino?

Su acento al hablar era tan raro que cuando dijo el nombre de mi padre, pensé que íbamos a dirigirnos a un lugar donde había barro.

La sala estaba impecable ¡No había polvo! Una mujer limpiaba los muebles con un plumero.

–Un café estará bien, gracias, señor Michel –respondió mi padre-.

El café que tienen ustedes es realmente muy bueno.

–¿Cuál es el mueble que hay que arreglar? –preguntó.

–Este ropero, de tres cuerpos, con bisagras que no giran bien y con el color que no me gusta mucho, es muy claro.

–Las bisagras es sólo por falta de aceite. El color, una cuestión de charol –sentenció el ebanista, mirándome de reojo, para ver si yo asentía.

Asentí, aunque no estaba bien convencido de que mi opinión era realmente requerida. Siempre tuve la impresión que mi padre hacía ese gesto sólo para hacerme sentir útil.

La señora del plumero apareció con un par de tazas de café en una bandeja.

–Siéntese un rato don Alvarito, tomemos el café que a usted tanto le gusta –invitó el anfitrión.

Mi padre se sentó y empezaron a conversar. Yo me distraje mirando al jardín, a través de la luna que lo separaba de la sala.

Había dos niñas jugando. Don Michel, me tomó de la mano y me preguntó:

–¿Quieres jugar con estas niñas?

No tuve tiempo de responder, o quizá no me salieron las palabras, cuando ya me encontraba frente a ellas.

–Ellas son Laurence y Chantal, apenas hablan un poco de español, de modo que contigo pueden practicar.

En realidad, Laurence era de mi edad y hablaba bien español, mejor que su padre, en todo caso. Laurence me propuso a jugar “yacs”, que ellas llamaban osselets. Un juego para niñas. ¿Pero, qué jugar de otro?  Tuve que aceptar jugar osselets mientras mi padre hacía su trabajo. Me divertí mucho, tanto que no sentí pasar el tiempo. Me reía cuando pronunciaban algunas palabras en español que sonaban graciosas.

–¿De dónde eres? ¿En qué ciudad naciste? –me preguntó Laurence.

–Nací en Salpo. Mi padre me trajo para trabajar en SOGESA. ¿Y tú?

–Nací en París. Vine aquí porque mi padre también trabaja en SOGESA.
Sentí como si fuéramos del mismo equipo de fútbol.
Esa tarde, a pesar de mis esfuerzos, perdí en los juegos de osellets. El tiempo pasó muy rápido. Cuando ya el Sol se estaba por ocultar, mi padre vino a llevarme. Él se despidió de don Michel y sus hijas. Yo, solo salí.

–¿No te vas a despedir? –me dijo mi padre, lo que sonó a orden.

–Hasta luego don Michel –dije, mirando a las niñas, dando por entendido que eso significaba también despedirme de ellas.

–Hasta luego, jovencito –respondió él.

–¡Au revoir, Modesto! –dijeron al unísono las dos niñas, agitando las manos, lo que me dio a entender que era su manera de decir hasta luego.

Mi padre me tomó de nuevo sobre sus hombros y enfiló raudamente hacia el malecón que daba al mar. Pudimos ver la puesta del Sol entre las islas Ferrol y decenas de lanchas de pescadores. Pasamos por un lugar donde vendían pescado. Compramos un bonito y tres cangrejos. Eso era augurio de un buen caldo de pescado.Al otro día fui a la Escuela. Le conté a Olga sobre mi tarde anterior.

–Yo de voy a enseñar a jugar yacs para que no te gane nadie –me prometió haciendo una gran sonrisa de experta.

A Olga la veía como a mi hermana mayor. De hecho, era unos tres años mayor. Hacíamos juntos los trabajos manuales que nos dejaba la profesora Josefina Alvarado. En realidad, era ella que los hacía, especialmente cuando se trataba de dibujar animales en una tela y hacer la figura con hilo con ayuda de una aguja.

–Vienes a mi casa –me preguntó a la salida– solo un ratito.

–Solo un ratito –acentué.

Ingresamos a su vidriería, vecina a la Escuela “El Santa”. Un ambiente repleto de vidrios y espejos. Pude verme reflejado en un juego de vidrios de una forma que nunca imaginé era posible.

Vi imagen de la imagen de múltiples imágenes. Era como si ella hubiera preparado el ambiente para sorprenderme.

–Es puro reflejo –me dijo, con tono de entendida en el tema– todo es el reflejo en varios espejos.

Me la pasé buen rato jugando con los espejos. Los ponía en varias posiciones, logrando innumerables efectos ópticos. Puede ver cosas que no había visto antes, como la parte posterior de mi cabeza y mis orejas. Me divertí mucho en el poco tiempo que me quedé.
Luego, me fui corriendo a mi casa, la que quedaba en la misma calle pero unas 10 cuadras hacia el Este, en la cima de una colina, de donde se divisaba el mar. Mi madre me esperaba en la puerta de la casa. Miramos el mar y sus lanchas, esperando que aparezca papá, de regreso del trabajo.

Ese semestre me lo pasé pensando en mi inminente viaje a Salpo. Jugando con Olga en la Escuela y con Laurence en “La Caleta”.

En el barrio de la casa, mis juegos eran el run run, la yacanga, las bolitas, el trompo y el fulbito de mano. El run run era peligroso. Aunque yo tenía ventajas tecnológicas en el tema del run run. En el taller de mi padre había herramientas para cortar la tapa de los tarros de leche, hacerle los dos agujeros por donde se colocaba el hilo que lo iba a hacer girar. También tenía la piedra de afilar formones que la usaba para afilar mi run run. De modo que mi run run, apenas tocaba con el del contrincante, lo hacía volar por los aires y caer humillado ante su contundente filo.

Otro juego que practicábamos era la yacanga. Este juego era una copia del béisbol. La diferencia es que el papel de la bola la jugaba una pequeña L en madera, la que golpeada adecuadamente por una tabla saltaba, luego con la tabla se le mantenía en el aire golpeándola con la misma tabla y luego de varios golpecitos era disparada con un fuerte golpe, lo más lejos que se podía. El resto del juego se asemejaba al béisbol. En el taller de mi padre, experimentaba con las maderas para hacer el mejor equipo de yacanga.

A decir verdad, me gustaba mucho aplicar los conocimientos de mi padre en los juegos de calle.

Mi compañero de juego era Tuquela, un muchacho recio y buena gente. Vivía en siguiente esquina a la cuadra de mi casa. Tuquela jugaba a todo, incluyendo el box. Su nombre era Antonio. Él era el primero al que mostraba mi material de juego.

Cuando salía de mi casa, mi lugar preferido era la casa de mis primos Estuardo y Beicardo, hijos de mi tío Marcelino, hermano de mi padre. Ellos vivía a mitad de la cuadra 13 de la prolongación Manuel Ruíz. Lo de prolongación era  porque el barrio fue creado luego de la invasión y se siguió la dirección de la avenida Manuel Ruíz, la que comienza en el boulevard detrás del Hotel de Turistas.

Mi otro primo generacional a quien visitaba era Estuardo, hijo de mi tío Fidel, igualmente hermano de mi padre. Estuardo vivía en una casa que tiene hasta ahora, en la cuadra 10 de la Avenida Manuel Ruíz.

Los tíos Marcelino y Fidel trabajaban en la Corporación Peruana del Santa, empresa que había empezado a desarrollar la industria siderúrgica en Chimbote.

Mi padre se preocupaba por mi formación. Para escuchar de los que saben explicar el origen de las cosas, me llevaba a escuchar a los pastores y curas de las iglesias. Notaba grandes diferencias en ellas. La iglesia católica de la plaza de Armas era impresionante e intimidante. La sentía lejana. Nadie hablaba. Todos escuchaban desde sus asientos que parecían divididos por barrios.

El lugar de las barriadas estaba en las últimas filas. El cura hablaba en latín. Yo no entendía nada y me aburría soberanamente. Miraba a las estatuas de santos en ambos flancos de la iglesia. Ellos también parecían no estar muy contentos con lo que escuchaban.

–¿A qué hora va a terminar? –le pregunté, luego de aburrirme escuchando frases en latín enmarcados en una ceremonia incomprensible, para mí.

–Ya, vámonos –me dijo, tomándome de la mano y sacándome el enorme y solemne edificio. Todo parecía construido para algo lejano al ser humano.

Al salir, sentí el viento que silbaba en los ojales de mi camiseta. Miré las nubes blancas que se alineaban a lo largo del malecón. Unas gaviotas perdidas llegaban hasta la plaza, pero rápido regresaban al mar. Un lustrabotas ofreció sus servicios y mi padre se instaló en una banca mostrando sus zapatos negros. Junto a él, le pregunté:

–¿De qué hablaba el padre? Los escuchaban con mucha atención.

–Ni creas. La gente no entiende lo que dice el cura. La misa es en latín, como en tiempos antiguos –me explicó acariciándome la cabeza.

–¿Vamos a la iglesia de los evangelistas? –le pregunté, como si se tratara de pasar el domingo en una iglesia.

–Bueno, vamos a la del barrio “El Progreso”. Ahí las cosas son diferentes. Además hay mucho vecino conocido.

Le explicó cómo con la instalación de las barriadas llegaron algunas iglesias evangelistas de diversas creencias, todas decías traer la palabra de Dios el Creador. El mensaje era simple. Dios creó todo. El hombre y la mujer constituían el centro de su obra. Para mí no era muy claro. ¿Por qué si traen la palabra de Dios, están separados y tienen diferentes mensajes?

Cuando el lustrabotas dio un golpecito en su cajón, mi padre se levantó y le pagó sus servicios con unas monedas. El lustrabotas las tomó y las frotó en su camisa. Fuimos caminando al barrio hasta la Iglesia Pentecostés del barrio “El Progreso”.

A media cuadra de la Iglesia escuchamos cánticos de los fieles en alabanza a Dios. Parecían que trataban a cómo de lugar convencer a Dios que ellos lo amaban de verdad. Se emocionaban, daban palmas, se ponían en trance, como si de repente eran poseídos por una intensa espiritualidad y devoción. Sus cánticos se avivaban cada vez más, provocando el llanto de algunos que a viva voz pedían perdón por lo que habían hecho.

Me quedé hasta el final solo por ver lo que parecía un espectáculo. Al terminar, la gente empezó a salir. Las caras de algunos hombres y mujeres eran de gozo, mientras que de otros tenían una expresión de gravedad.

La siguiente semana, el sábado en la mañana fuimos a la iglesia adventista, cuyo pastor era don Luis Núñez. “Don Luchito”, como se le llamaba, tenía su tienda de abarrotes, la que cerraba los sábados para dedicarse al “servicio” sabatino. Nos repartieron una biblia a cada uno. El pastor leía un versículo y los asistentes daban su propia interpretación de la lectura. Era como una escuela en la que se aprendía a comprender la lectura. Esta agrupación me pareció más interesante. Era participativa. Comprendí por qué mi padre me puso en la Escuela “El Santa”, que era adventista y se encontraba también en la Av. Manuel Ruíz, a la cuadra contigua al Mercado Central.

Me sentía diferente a mis compañeros, la mayoría de los cuales había sido matriculada en la Escuela Pre-vocacional. En esa escuela había centenares de alumnos, mientras que en mi escuela no pasaba de 100 el número de alumnos.

Lo que me causaba mucha admiración era los galones rojos en los escolares mayores. Para mí, eso significaba que ellos habían leído miles de libros y hecho igual número de tareas.

En la escuela, había mucha admiración también por el Colegio Unión que estaba en Lima. Llegó un momento que mi sueño era ir a ese colegio y aprender más sobre la interpretación de lecturas, no solo de la biblia, sino de los libros que contaban tantas cosas.

Algunas veces venía algún pastor del Colegio Unión. Eran extraordinarios oradores. Convencían a la gente de tomarse las manos y reflexionar en conjunto, como si de ella reflexión iba a salir una interpretación colectiva de las Escrituras.

En la escuela me convencí que no había espíritus pululando –como creía la mayoría de mis amigos– y que los esqueletos eran sólo eso, esqueletos inermes sin vida. Eso me divertía porque en las noches, mientras mis amigos se morían de miedo cerca del cementerio que quedaba en un extremo del puente Gálvez, a cuatro cuadras de mi casa, yo entraba sin temor, pero con respeto por esos restos humanos.

Ese semestre se fue muy rápido. Los arenales del barrio “Bolivar”, al pie de un enorme cerro de arena del que se dominaba todo Chimbote y la inmensa campiña que extendía hacia la Sierra, se convirtió en nuestra cancha deportiva, en la que jugábamos al futbol, a pata calata.

Otro lugar donde íbamos a jugar era “La Baldosa”, un canal construido en un casi impenetrable humedal entre la planta siderúrgica y el barrio “Bolivar”. Los domingos los pasábamos ahí. Compartíamos ese lugar con muchachos de otros barrios con los cuales surgía competencia de natación. No faltaba una que otra bronca y peleas a puño limpio.

Las peleas si que atemorizaban

El segundo semestre del 1957 empecé a darme cuenta que había un ambiente de violencia entre los muchachos mayores. Percibí los primeros brotes de pandillas. Uno tenía que escoger su pandilla. Y cada pandilla contaba con una covacha, un lugar donde se reunía para planear las acciones de defensa en caso de peligro de enfrentamiento con otra.

Los enfrentamientos se daban entre los mayores. Las razones no las comprendía; pero uno tenía que estar a la defensiva dentro de su pandilla, la que tomaba nombres de aves o animales predadores.

El segundo semestre del 1957 pasó muy rápido.

A principios de 1958, mi padre visitó por enésima vez a Michel. Yo me la pasé jugando con Laurence y Chantal. Cuando ya terminaba la tarde tuve que decirles mi destino.

– Me voy a Salpo, donde nací – les anuncié gravemente.

– ¿Cuándo regresas? – me preguntó Laurence, creyendo que sería un viaje por poco tiempo.

– Hasta las vacaciones de julio -le dije con tono triste.

Ella se quedó en silencio por unos minutos.

– Nosotras también nos vamos a París, tenemos que ir a la escuela -me anunció Laurence.

Mi padre y Michel se dieron un fuerte abrazo.

– Chau -les dije a Laurence y Chantal, agitando las manos.

– Cuando vayas a París, visítanos -me invitó Michel, mirando a sus hijas.

Sonreí. Tomé sus palabras como un buen deseo. Mi próximo viaje a Salpo, donde me parecía iba a ser el lugar donde iba a vivir con mi madre y mis abuelitos.

Comentarios amicales

Felicitaciones Dr. Modesto Montoya.Hace 24 años visité por primera vez Salpo. Fui por el camino de a pie desde Agallpampa, pasando por Chanchacap y la subida de Milluachaqui, (aquí existe una pequeña parva donde descansé unos minutos mientras observaba las vagonetas en el teleférico trasportando el mineral desde las minas de Quiruvilca hasta Samne). Al llegar a Salpo (a eso de las 3:00 de la tarde aproximadamente) quedé impresionado, su imponente Mirador Ragash, su hermosa vista panorámica a la ciudad de Trujillo y por supuesto su gente. Desde ese entonces, cada vez que viajo a mi tierra, Huamachuco, al pasar por Agallpama recuerdo aquel viaje, los buenos momentos vividos y las amistades que conocí en Salpo.Saludos cordiales,

Mariano Vela (Físico, egresado de maestría en energía nuclear IPEN-UNI)-

Buenos dias Dr. Modesto Montoya.La historia que cuenta es muy motivadora, sobre todo cuando empieza contar las historias de la infancia. Yo soy peruano y cuando estudiaba el pregrado en matematica en San Marcos, asisti a los ECI’s en Lima. Me sirivio de mucho porque fueron muy alentadoras y me daban una idea mas amplia del estudio de las ciencias a nivel internacional.Ahora estoy haciendo el master en matematica en un centro de inestigacion matematica , llamado BCAM, s encuentra en el Pais Vasco y aqui laboran no solo matematicos sino tambien fisicos e ingenieros.Me gustaria poder regresar al Peru una vez terminado la carrera y poder aplicar y enseñar los conocimientos adquiridos. Si usted desea mas informacion del Centro puede ver la pagina : http://www.bcamath.org   ademas de ello estoy a su disposicion sobre alguna pregunta de las labores del centro (BCAM).

Buen dia. 

Leyter Potenciano Machado.

Me dá mucho gusto, conocer Salpo, Mi colega Obstetriz Jenny Zavaleta, siempre me ha contado de la fiesta de Salpo, ya que ella asiste siempre a la fiesta patronal, hasta que por fin conoci a Salpo, con toda su belleza campestre, gracias por difundir la belleza peruana, y asi poder gratificarnos al conocerla en su dimensión.Atte., Milena López SánchezProf. UNMSM
Modesto, me gusto tu historia de Maria Victoria, esta muy bie escrita y la
historia me atrapo.

Modesto me hiciste pasar un momento agradable con su lectura.
Un abrazo.
Hugo Medina (Prof. de la PUCP)

Mode,
Que hermosos relatos, un gran acierto emprender esta aventura de novelista. Estaré atento y ansioso a los futuros capítulos. Las fotos de nuestros Andes son muy lindas, y seguro que tendrás otras que las iré admirando.
UN ABRAZO.
Hasta siempre,
Tu primo hermano Estuardo (el cuayo)Estimado

Dr. Modesto Montoya :
Muy interesante tus recuerdos de tu niñez, de la tierra que te vio nacer tu querido y amado SALPO.
Yo tengo casi tu edad, soy ingeniero Mecánico de la UNI- egresado en 1975 y me recuerdo de tu persona porque siempre tenías amigos en electrónica, mecánica etc.
Siempre fuiste un joven muy expresivo, amigable, yo pensé que estudiabas electrónica y recién se que estudiaste la especialidad de física.
Tu historia es muy semejante a la mía, yo nací en un pueblito  rural llamado Huanchay, que queda en las vertientes de la cordillera negra, ahora es un distrito de Huaraz.
Yo salí de mi querido Huanchay a los 6 años y nunca más regresé por motivos de mis estudios , pero concluyendo mis estudios en la UNI, regresé a mi añorado Huanchay, después de casi 20 años y llegando a mi pueblo lloré de emoción al entrar a mi casa hecha ruinas, porque todos mis familiares abandonaron su tierra para que estudien sus hijos en Huaraz.
Resumiendo mi querido Doctor, ahora que ya peinamos canas, siento que un imán poderoso invade mi alma y constantemente viajo a mi querido Huanchay y, con gran esfuerzo y constancia, mi solar que estaba en ruinas, ahora lo he levantado  desde los escombros, y ahora tiene luz eléctrica, agua caliente, desagüe, es decir tengo un departamento moderno y las ventanas dan a la plaza de Armas y pienso pasar mi vejez en mi querido  pueblo de Huanchay.
Finalmente puedo decirle que los hombres grandes casi siempre provienen del Perú profundo y nunca se avergüenzan del lugar donde han nacido.
Usted es un hombre inteligente, científico, conocido a nivel nacional e internacional , hemos estado en diversos países del mundo, en los mejores hoteles pero nunca van a ser como nuestras queridos pueblos de SALPO y HUNCHAY.
Espero tener su respuesta y que continúe la narración de su hoja de vida que es muy parecida a la mía.
 Atentamente:
Alfonso Huerta Villanueva
Ing. Mecánico CIP: 83612.
From:»José López Ruiz» <jose.lopezruiz@uca.es>To:modesto_montoya@yahoo.com Prof. Montoya:  Le agradezco mucho el envio de la enternecedora la historia que describe en sus «Recuerdos de mi vida (Salpo)».
 Estan escritos con un rememorante sentimiento amoroso que embauca, y transmite.
 Mi enhorabuena y admiracion.

Cordiales saludos
José López Ruiz, Universdidad de Cádiz, España

Modestisimo:Muy interesante tu historia. Lo que más me llamó la atención es que tu padre trabajo, por un tiempo, en la construcción de instrumentos musicales. Eso me interesa muchísimo y sería bueno, si te es posible, guardar herramientas y tecnología usada en la fabricación de los instrumentos musicales. Estoy por dictar un curso sobre «Science of Musical Instruments» y, este verano, estuve por París, Madrid, Barcelona, Milán, Roma, Niza, entre otras, y en todos estos sitios visité sus museos de instrumentos musicales y se nota la importancia en guardar información sobre tecnologías de fabricación de instrumentos. Si voy a Perú este Enero podriamos ir por Chimbote y Salpo, para ver tecnologíaa musical. Te prometo un ceviche, quizas hasta de muy-muys.
Un abrazo

Víctor

 Iquitos, 18 de septiembre del 2010timado Dr. Montoya:

Ante todo, reciba mi cordial saludo. He leido recientemente sus escritos sobre ciencia y tecnologia y sobre «Fotos y recuerdos de Salpo». En ellos veo al cientifico capaz que ama su pais, que lo dejo todo para volver a ponerse a su servicio, a construir un nuevo Peru y, sobre todo, al hombre que ama a su tierra: Salpo. A la vez, la lectura de su escrito sobre Salpo, me hizo recordar al amigo y companero de estudios David Montoya, con quien comparti estudios, en Salpo precisamente, entre 1958 y 1959. Tambien recorde a Milluachaqui, el pueblo fantasma, en donde vivi con mi abuela, mientras estudiaba en Salpo, pues yo naci en Carabamba. Viejos, pero gratos recuerdos.

Hoy le escribo desde Iquitos, en donde vivo desde hace 37 anios trabajando por el desarrollo de la Acuicultura. No he vuelto, desde entonces, ni a Milluachaqui, ni Salpo, ni Carabamba, pero aun estan frescos los recuerdos de esos lugares en mi memoria y, tal vez, algun dia vuelva a visitarlos, aunque tenga que llorar un poco.

No deseo despedirme sin preguntarle si es usted pariente de David con quien me gustaria volver a comunicarme.

Finalmente, reciba mis felicitaciones por el rol que se ha impuesto de crear conciencia por mejorar la investigacion y crear el Ministerio de Ciencia y Tecnologia porque, sin ellos, no hay desarrollo sostenido.

Atentamente.

Fernando Alcantara Bocanegra

Estimado Dr Modesto Montoya :Tenemos otro ejemplo de nuestro compatriota y   primo mìo que brilla en su especialidad de Mèdico Oncòlogo en USA.Y somos del Perù profundo, el naciò en Recuay que es una provincia pobre de Ancash y que Antonio Raymondy lo llamò » RECUAY LADRONERA- TIRA LAZOS», el motivo no sè en que se basò.Es un orgullo para todos los provincianos tener a un gran hombre ilustre conocido a nivel internacional.En el Perù casi nadie lo conoce ni le interesa, porque somos un pueblo lleno de ignorantes que se dedican a ver barbaridades en la TV, como el pèsimo programa de Jaime Bàrvaro que significa anticultura.Usted Dr. Montoya un cientìfico Fìsico Nuclear  conocido a nivel nacional e internacional tambièn proviene de un pueblito rural llamado SALPO.Deje algùn recuerdo, una huella  para su querido SALPO entregando su aporte cultural, econòmico, para que la nueva generaciòn lo recuerde y sea considerado como hijo predilecto de su amado SALPO.Espero que continùe su narraciòn de la parte 3 de su hoja de vida de su querido SALPO y deje algùn aporte econòmico y cultural  a su pueblo para que usted verdadramente se sienta realizado en esta vida.Atentamente:Ing Alfonso Huerta.

 


  

 
 
  
 
 
 
 
 
 
 

 

5 comentarios

  1. Una bonita narración q pinta de cuerpo entero parte de su infancia, además los lugares mencionados y los sucesos descritos te transportan inmaginariamente a esos místicos lugares; quede pegado en la lectura y me gustaría seguir conociendo más de su vida diaria y profesional, felicitaciones

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  2. Ricardo Luis Zavaleta Alfaro, también nací en Salpo; en el barrio Mansiche y con Modesto Montoya Zavaleta nos une algunas coincidencias: hemos estudiado en la prestigiosa escuela No 255, vivido en el barrio La Loma en una distancia de una cuadra aproximadamente, caminado por los mismos caminos hacia los Hushcos por el camino de la loma de ocas y desde hace ya muchos años preocupados por el medio ambiente de nuestro distrito de Salpo, cuna de nuestros ancestros, viajamos los primeros de mayo acompañados de jóvenes estudiantes de ciencias con la finalidad de aplicarlas al ecoturismo. además; Modesto Montoya Zavaleta, se constituye un hijo predilecto del distrito de Salpo al haber desempeñado recientemente como Ministro de Ambiente, al igual que Pedro José Gonzales Cueva, que llego a ser viceministro de Hacienda por la década del 50. felicitaciones, un abrazo y espero encontramos muy pronto.

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