La ciencia no era el fuerte de Alan y sus compañeros poco hicieron por ella.

Abundan los comentarios sobre lo cultísimo que era Alan García. Por lo que le he escuchado, en ciencia no lo era tanto. Al inaugurar el Centro Nuclear de Huarangal se equivocó al referirse a la famosísima fórmula de Einsten. En la inaguración de algo en Lima Norte, mostrando que no manejaba los números dijo que el petróleo maneja millones de millones de millones de dólares. Su formación académica tampoco fue brillante: no estoy seguro si tuvo una maestría, pero doctorado ciertamente no.

No puedo opinar nada sobre su honestidad. Me llama la atención cómo hay gente que afirma cosas que no puede probar. La ciencia necesita pruebas.

De lo que sí puedo dar fe es de la forma cómo en su primer gobierno sus compañeros manejaron los asuntos nucleares del Perú (¿habrán cambiadi?). Lo hice en el documento:

«Los secretos de Huarangal»

Capítulo 4

La ciencia sin partido (1988)

En el Laboratorio Nacional de Berkeley, el equipo de físicos nucleares dirigido por Morton Kaplan trabajaba día y noche para realizar sus colisiones nucleares en un acelerador donde el tiempo de máquina es repartido entre los diversos grupos de investigación de E.E.U.U. y del Mundo. Por este laboratorio desfilan los científicos en busca de los secretos de la naturaleza. Calibrando detectores y preparando muestras o afinando los códigos de tratamiento de datos, corríamos contra el tiempo. Cuando comenzó el experimento el grupo se dividió en tres para controlar el proceso diario durante las veinticuatro horas. Al término del experimento, después de tres semanas, regresamos al Instituto Carnegie Mellon de Pittsburgh, donde comenzaba un año como investigador invitado. Había pasado un par de meses desde que llegué a Pittsburgh. El papeleo y los ajetreos de instalación me costaron mucho tiempo y perturbación, tomando en cuenta que detesto las gestiones. Pero Morton Kaplan me ayudó tanto que el alivio fue grande.

Justo cuando ya todo estaba en regla y en una situación de estabilización, recibo la noticia que, el 22 de febrero de 1988, el Dr. Víctor Latorre, mi profesor de física nuclear de la UNI, había sido designado presidente del IPEN. Latorre había influido en mi selección de la carrera de físico nuclear. Luego de una conversación telefónica con Latorre, decidí regresar al Perú, en ese momento. Esto mortificó a Morton

Kaplan, porque estaba abandonando un contrato en su inicio. Trató de convencerme que esa decisión era precipitada. En los países latinoamericanos, dijo, nada es estable y todo cambia de un momento a otro. Ni hablar, yo había decidido mucho antes de mi primera salida al extranjero trabajar en física nuclear o sus aplicaciones en el Perú. Morton fue amable, al decirme que, si regresaba al mes, mi estadía en Lima pasaría como vacaciones.

Viajé a Lima y me pareció encontrar otro ambiente. Aunque, aparte del presidente del IPEN todos eran los mismos. La entrevista con el Dr. Víctor Latorre fue rápida. Inmediatamente fui contratado y encargado de planificar el uso de los haces de neutrones del Reactor de Huarangal.

Cuando entré a la sala experimental del reactor de Huarangal, sentí un enorme vacío. No había un solo instrumento para el uso de los haces de neutrones. Era impresionante cómo había podido construirse un reactor tan grande sin haber considerado el uso de los haces de neutrones.-En realidad, sólo la neutrografía contaba con un diseño. La forma cómo se había distribuido los recursos para el reactor mostraba que su construcción no obedecía a un criterio científico.

La Jefatura del reactor RP-10 la tenía el oficial del Ejército, Miguel Vega. Era uno de los pocos oficiales del Ejército que quedaban en el IPEN. Vega era el único sobreviviente militar de Bariloche.donde hizo su carrera de ingeniero nuclear con grandes y meritorios esfuerzos. Los civiles le reconocían ese valor.

A falta de personas para explotar los haces de neutrones, convencí a egresados de física de la UNI para trabajar en la aventura de montar una instrumentación neutrónica en la sala experimental. Una decena de jóvenes acudieron al llamado. Debíamos comenzar de cero. Los jóvenes físicos se volcaron a los libros e informes que en mis viajes había traído. Todo sobre el uso de los neutrones. Lo más fácil para comenzar parecía ser la construcción de una facilidad para neutrografía. Esta facilidad ya contaba con algunos implementos elaborados por los argentinos. Para su construcción completa faltaban recursos.

Sergio Benites comenzó a investigar la forma de diseñar un difractómetro, un aparato que constituye una sonda para estudiar la estructura de los materiales. Fernando Espinoza empezó a simular un medidor de densidad de suelos. Yuri Ravello se puso a trabajar la facilidad de neutrografía. Pablo Flores y Manuel Brocca empezaron a ver las huellas de fisión para la datación de muestras. Patrizia Pereyra se interesó en los detectores plásticos de partículas alfa.

Todos estábamos entusiasmados en el nuevo IPEN, cuando empezaron nuevamente los problemas, cumpliéndose lo predicho por Morton Kaplan.

Los militantes del APRA, un viejo partido que había criado en su seno verdaderos especialistas de la intriga: se encargaron de crear el caos. El Dr. Víctor Latorre había sido nombrado por el Ministro de Energía y Minas, Ing. Abel Salinas. Los apristas militantes del IPEN tenían la convicción que la institución era cualquier otra empresa estatal y que ellos tenían derecho a gobernarla bajo los principios del partido, cuya naturaleza provocó un período corrupción y arbitrariedad nunca visto en el país.

Poco a poco, el presidente del IPEN se convirtió en un rehén de los apristas. Víctor Latorre, en lugar de dirigir, estaba respondiendo a constantes interpelaciones de los militantes apristas que le exigían “parte del poder”.

La debilidad del Dr. Víctor Latorre es su soledad. Solo tomaba sus decisiones. Los trabajadores del IPEN al principio lo respaldaban incondicionalmente. Pero, poco a poco, los apristas le fueron minando el terreno. Para ello usaron algo infalible. Sus contactos con el compañero Ministro.

Cuando se tiene el poder todo es fácil. En el IPEN y en el Perú, el poder lo tenía el APRA. La inflación que originaba la política económica del Gobierno de Alan García reducía a nada las remuneraciones. Entonces, rápidamente, los trabajadores urgían de aumentos. Solicitaban al presidente del IPEN que se gestione los aumentos. Estos no salían. La decisión estaba en manos del Gobierno.

Era un verdadero loquerío. Un instituto científico donde los militantes apristas exigían cargos y los trabajadores no tenían aumento.

Otro problema también difícil que tenía que enfrentar el presidente del IPEN fue el de los grupos de poder que se habían anidado con los militares y que, sin ser científicos o ingenieros, desde sus oficinas administrativas, tenían más prerrogativas que los civiles técnicos. Todo era dificultad alrededor del presidente del IPEN.

Latorre había convulsionado totalmente el ambiente en el IPEN. En un instituto donde la burocracia tiene privilegios que sólo son limitados por los recursos económicos, el hecho que el Presidente llegue en un taxi, como lo hacía Latorre, les sacaba del esquema.

Todo era cuestión de tiempo, los apristas lo habían condenado. Sólo se trataba de esperar el momento más oportuno.

El ministro Abel Salinas fue reemplazado por el abogado José Carrasco Távara. El presidente del IPEN viajó a Viena, a la Asamblea General de Gobernadores del Organismo Internacional de Energía Atómica. Ni siquiera terminaba de subir al avión cuando el gobierno Aprista nombra a un abogado como director ejecutivo, cuyo mayor mérito era su militancia aprista. Ingresa al IPEN e inmediatamente nombra a miembros del partido en puestos claves. Por su cercanía con el Ministro, y para calmar los ánimos, consigue un espectacular aumento de sueldo para los trabajadores, los que sintieron como la llegada del más efectivo de los directivos en la historia del IPEN.

A su regreso, el presidente del IPEN, rodeado esta vez de gente en su contra, no revocó los nombramientos de su reemplazante ni tampoco renunció. Quedó entonces sólo con su desesperada lucha por terminar la construcción del Centro Nuclear, para lo cual fue designado.

Un día se había programado la visita de Alan García a ese Centro y ni siquiera se le había pasado la voz. Ningún auto del IPEN fue a buscarlo para que recibiera la visita del presidente de la República.

En esas circunstancias, se esperaba el día de la inauguración del Centro Nuclear de Investigaciones del Perú. Había gente que mostraba su desacuerdo con la inauguración. A ella vendría el presidente de Argentina Raúl Alfonsín, cuya visita daba un relieve internacional a la ceremonia.

Ajenos a intrigas intrascendentes de toda laya, los físicos trabajaban en el diseño de los instrumentos que se tendrían que instalar en la sala experimental. El grupo de física adoptaba el nombre de FINES, de Física Nuclear y Estado Sólido. La relación con la UNI se establecía en forma natural. De la Universidad Católica también se integraban jóvenes investigadores. De la Universidad de San Marcos, los egresados de física trabajaban en el grupo de física de reactores, dedicados a tomarle el pulso al reactor y buscar los parámetros para su mejor funcionamiento.

El primer piso del llamado edificio de laboratorios auxiliares estaba ocupado por físicos y químicos, lográndose una perfecta complementariedad. Al frente de los químicos estaba el experimentado Ricardo Espinosa, uno de los primeros que ingresaron al IPEN para dedicarse a la investigación.

Ricardo, siempre con su pose de aristócrata desposeído, era simpático. Tú vienes de abajo y yo vengo de arriba, decía, pero al fin de cuentas aquí estamos, añadía. Su orgullo venía seguramente por ser nieto del famoso matemático Godofredo García, una celebridad muy respetada en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en el Perú.

Nosotros vivíamos en otro mundo. Teníamos la ambición de realizar investigación seria, de nivel internacional, publicar y poner el nombre del país en los congresos internacionales. Estas investigaciones, en nuestro esquema, elevarían el nivel científico y tecnológico del país, el que en un mediano plazo, debería aplicar estos nuevos conocimientos en su industria. Pero los que gobernaban el IPEN, y gran parte de los gobernados, sólo deseaban su sueldo y vivir “lo mejor posible”. Sin embargo, se notaba que las necesidades vitales iban carcomiendo todo, especialmente los valores que animan a los científicos.

Llegó el día de la inauguración, el 19 de diciembre de 1988. Todos estaban entusiasmados. Todos vistieron lo mejor del ropero. Huarangal estuvo de fiesta. Hubieron invitados especiales que venían de países latinoamericanos. Se había armado un gigantesco estrado. Este fue ocupado por algunos invitados de excelencia, sobre todo los representantes de ambos gobiernos.

En la ceremonia se dijeron las cosas previstas. Se hablaba de ciencia y tecnología, del futuro del país, de la energía nuclear. Alan García pronunció, como siempre, un vibrante discurso, refiriéndose a las fórmulas de Einstein, equivocándose al mencionar la más elemental, la que se refiere a la equivalencia entre la energía y la masa.

Todos hicieron tregua. Nadie se atrevía a recordar las intrigas. Llamó, sin embargo, la atención que en la placa recordatoria de la inauguración no se inscribiera el nombre del presidente del IPEN.

Pasada la fiesta, los ataques contra don Víctor arreciaron. Los apristas hacían lo que querían. Se creían los dueños eternos de todo lo que era del Estado.

Así, como era previsible, el Gobierno acepta la renuncia del Dr. Víctor Latorre.

Capítulo 5

 

Una presidencia breve

El reemplazante del Dr. Víctor Latorre fue el físico Dr. Jorge Bravo, que había obtenido su doctorado en física en E.E.U.U. El Dr. Bravo era una persona tranquila, asequible, bastante respetada en el medio científico. Profesor de la Universidad de San Marcos y directivo del Instituto Geofísico del Perú. El Dr. Bravo, como el Dr. Latorre, era fundador de la Sociedad Peruana de Física (SOPERFI).

En principio, las cosas deberían haber funcionado normalmente, dentro de un ambiente de investigación y desarrollo. Pero, en realidad, los que tenían el poder como en todo el país eran los compañeros. Ellos hacían y deshacían los asuntos del Perú. Se reunían continuamente para decidir el futuro del IPEN. Ellos querían gobernar el IPEN como lo hacían en toda empresa del Estado.

El Director Ejecutivo Waldo Vinces ponía sobre el escritorio del Dr. Bravo las decisiones que había tomado con los apristas para ser firmadas. Con Bravo, los apristas habían logrado el sueño de gobernar completamente el IPEN.

En estas circunstancias va surgiendo el esquema de nombramientos y concurso de plazas para hacer frente a los requerimientos del desarrollo nuclear. Los contratados tienen mucha esperanza de verse nombrados, situación que en esos tiempos de desempleo significaba un privilegio. Constantemente se reunían los apristas para definir las plazas, buscando cómo favorecer a los miembros del partido.

Evidentemente, las expectativas eran grandes. Yo me encontraba en situación de contratado. Llegó el día de los anuncios. El Ing. Gilberto Salas, Jefe del reactor de Huarangal, nos convocó a su oficina. Todos iban a ser nombrados, incluso los practicantes universitarios que estaban en formación. Todos menos el doctor Modesto Montoya. Salas alzó la voz adoptando su prestada pose militar y dijo amenazante: “Así están las cosas y aquel que no esté contento y quiera reclamar lo boto.”

Curiosa forma de amenazar que él creía eficaz. A los apristas no le gustaba para nada mi labor de difusión de lo que pasaba en el IPEN en el diario “La República”. Yo sentía que estaba sirviendo a mi país y haciendo público todo lo que me parecía anormal en el desenvolvimiento de lo relacionado con la ciencia y la tecnología. Eso causaba mucho escozor entre los apristas.

Lo que no me parecía normal, era que el IPEN sea gobernado por un abogado que dirigía un grupo de militantes políticos en mayoría incapaces, imponiéndose su voluntad al presidente de la institución.

El Dr. Latorre me diría luego que él habría podido nombrarme automáticamente, sin concurso -que no había, por ser especialista nuclear, pero … “¡ninguno de mis supuestos asesores me informó de esa posibilidad!”, me dijo apesadumbrado.

Al Dr. Bravo le tocó dirigir el IPEN en momentos difíciles, en medio de un caos impuesto por los apristas y con la presión de la Marina cada vez más notoria. Desde la época de Huayta, en una entrevista que tuvimos, nos señaló que la Marina proponía al Contra-Almirante Miletich como presidente del IPEN.

Un comentario

  1. Es lamentable cómo, a partir de la ignorancia científica, no solo se posterga sino se bloquea el desarrollo científico y tecnológico de un país, como el nuestro que lo necesita con urgencia. Esta laya de políticos, lo único que buscan y les interesa es tener el poder para vivir de él y no el interés social ni nacional.
    El Perú merece mejor destino para lo cual cuenta con científicos de la talla del Dr. Modesto Montoya. Lo que debe evitarse por todos los medios es la intromisión de políticos mediocres. La ciencia y la tecnología deben desarrollarse en nuestro medio, La investigación necesita apoyo económico por ser uno de los instrumentos más importantes de desarrollo científico. Por eso está muy bien apostar por la conformación de Semilleros de Investigación.

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