Un aciago día, con mirada desesperanzada, el tío Leonardo llegó a mi rancho de Chimbote. Traía mensajes desoladores. Me tomó las manos, como imitando al abuelo José, a quien se parecía tanto, y me dijo: «Es el principio del fin, llegaron los cuatreros a las tierras ancestrales».
Habían robado su más preciada yunta para venderla, seguramente, como carne en los camales de Trujillo.
A partir de ese día, el tío Leo empezó a irse: prefirió nublar su mente a sufrir el último desmoronamiento de la civilización Cuidista.
Luego llegaron políticos contaminadores de mentes y mineros que se llevaban el oro y dejaban ácidos letales.
Su compañera de la vida, la tía Genara, con las manos húmedas de lágrimas, también dejó sus lomas y quebradas antes generosas y hoy saqueadas y moribundas
Lejos quedaron los días en que el amauta taita José nos enseñaba a entender los mensajes de las nubes y el viento.
Querido tío Leo, desafortunadamente, tus temores fueron fundados. Los cuatreros se están apoderando del país. Intentemos expulsarlos antes que terminen con todo.