En el avión que volaba de Lima a Chiclayo se escuchó una explosión, las mascarillas de oxígeno se descolgaron y el avión empezó a perder altura. ¿Qué paso por las mentes de los pasajeros? Imposible saberlo, pero sus reacciones evidentes fueron muy variadas.
A mi vecino, un hombre de 80 años, le escuche decir que ya no tenía responsabilidades que cumplir, de modo que no le preocupaba. Le tocaba descansar.
Una quinceañera en la otra fila perdió el control y gritaba descontrolado y con desesperación.
Una mujer madura empezó a confesarse en voz alta pidiendo perdón a Dios.
Por mi parte, empecé a recordar ¿revivir? los mejores momentos de mi vida, que estaban relacionadas con mis seres queridos. Vi al amauta José, mi querido abuelo, en la explanada de Cuidista José abriendo los brazos ante el Sol que se ocultaba en el mar de Chanchan, diciendo: es hora de regresa a casa.
Repentinamente, el avión retoma el equilibrio y aterrizó en Trujillo. Todos vivimos una EMI, una experiencia de muerte inminente, tema estudiado por la ciencia.
La revista Sciences et Avenir publica un número dedicado a este tema, con el título Las fronteras de la conciencia.