Según las estimaciones de la UNESCO, en 1974 existían en América Latina y el Caribe
179 científicos e ingenieros por cada millón de habitantes (en América del Norte existían
entonces 2,368 y 4,641 en la URSS). En lo que respecta a la distribución por disciplina
en América Latina, en 1978 se graduaron 64% en ciencias sociales, 3% en ciencias
exactas y naturales, 14% en ingeniería, 4% en ciencias médicas y 1% en otras ramas.
La innegable trascendencia de la ingeniería y la ciencia en el desarrollo del país nos hace
pensar, a la luz de los datos anteriores, que en América Latina en general y en el Perú en
particular, existen muy pocos ingenieros y científicos que afronten las necesidades del
desarrollo. Dicha carencia, síntoma y causa de nuestro bajo desarrollo, se agudiza en la
composición de la dirigencia política: la mayoría de los candidatos presidenciales son
abogados.
La conocida discreción del trabajo del investigador científico tecnológico no favorece su
participación en el debate nacional. Sin embargo, cuando dicho trabajo se realiza en el
seno de la universidad, la nación es beneficiada con el producto de la investigación, con
la formación de nuevas generaciones de tecnólogos y científicos; y, sobre todo, con la
participación de los investigadores en el debate para la concepción del proyecto nacional.
Es claro que la participación de los ingenieros y científicos no es suficiente para obtener
una adecuada política científico-tecnológica, se requiere de un ente estatal que coordine
y apoye las actividades de investigación. El gobierno actual ha creado el Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología para luego ubicarlo dentro del sector Educación,
eliminando casi completamente la posibilidad de su necesaria influencia multisectorial.
En ocasión del Fórum sobre Ingeniería y Ciencia para el Desarrollo Nacional, el Ing.
Mario Samamé criticó, muy claramente, el abandono de la investigación por parte del
gobierno en las universidades y en los institutos de investigación. El presidente de la
República, incapaz de dar una respuesta adecuada, se refirió al Inca Garcilazo de la Vega
y Jorge Basadre como ejemplos de sacrificio y austeridad que deben seguir, dijo, los
investigadores de esta época.