La tiza hacía chirrear la pizarra del salón de clase del tercer año de primaria en la Escuela 255. El maestro copiaba de un desgastado libro un texto sobre historia del Perú.
– Alumnos, copien con atención y buena letra – ordenaba el maestro con tono mandón.
Los alumnos silenciosos y disciplinados copiaban sobre sus “blocks de borrador”. Nadie hacía preguntas. La clase parecía el templo de silencio. Rompió la monotonía la luz de un rayo y los truenos que siguieron. La lluvia caía sobre la calamina del techo de la edificación de tres pisos, produciendo un ruido distractor. Los alumnos seguían copiando lo que el maestro copiaba. Finalmente sonó la campana para gran alegría de todos.
– No se olviden de pasar en limpio, porque revisaré sus cuadernos la próxima clase, advirtió el maestro.
Al regresar a casa, el abuelo José revisó mi block de borrador.
– ¡Las mentiras de siempre! – dijo disgustado el abuelo.
– Abuelito, tengo que pasar en limpio todo eso, reclamé.
– Es decir, copiar de lo que has copiado de lo que el maestro copió del libro de las mentiras que le han ordenado que difunda en todo el Perú – dijo en tono molesto. Mejor ven conmigo para conversar sobre sobre lo que has copiado.
Nos sentamos juntos en el balcón que daba al valle que tenía vista a las lejanas cordilleras del Norte. Nos pasaron dos tazas de infusión de “cola de caballo” y me empezó a contar una historia totalmente diferente.
Al terminar nuestra conversación, bajo la luz de mi lamparín, copié con mejor caligrafía lo que copié de lo que copió el maestro. Lo hice de mala gana, por temor a los palmetazos que le caía a los que no cumplían con las tareas.
Al día siguiente, al pedido del maestro, como todos mis compañeros, presenté mi cuaderno en limpio.
– Vamos a tener un paso, para ver si han estudiado – anunció el maestro.
El maestro llamó a uno por uno y le hizo preguntas sobre la clase anterior. El que no repetía al pie de la letra de lo que había copiado, el más aplicado de alumnos le aplicaba un palmetazo. A mi me tocó lo propio, pero no me sentí mal.
Que grato resulta leer una anécdota y lección de vida escrita con tanta sinceridad y sencillez. Me hizo recordar algunas anécdotas similares.
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